Os presentamos a María, una abuela de 88 años que vive en un pueblo de Ávila. Es madre de cuatro hijos y abuela de 7 nietos y cuando le preguntamos como son sus nietos nos dice que todos son «buenísimos, guapísimos y superdotados», en fin, se podría decir que María es una abuela normal.
Cuando nació su primer nieto ella tenía 55 años pero hasta los 58 no se enteraron en la familia que había nacido con sordera y padecía una hipoacusia bilateral de grado severo. Sospechaban que pasaba algo porque no les parecía normal que un niño no hablase hasta los tres años, pero los médicos les decían que cada niño empieza a hablar en cierto momento, hay niños que lo hacen antes y otros que tardan más. La única solución que encontraron fue ir haciendo pruebas caseras: su abuelo Segundo (el marido de María) golpeaba la mesa sin que el niño le viese o tiraba algún objeto para ver si se sobresaltaba con el golpe.
Hasta ese momento no había en la familia gente con discapacidad auditiva y tampoco nadie cercano que padeciese sordera, en el pueblo: «hay algún que otro sordomudo pero aquí no han tenido las mismas probabilidades de aprender», los que conocía ella hablaban por «señas» con su familia y en su trabajo, siempre se trataba de una comunicación reducida a círculos cercanos.
María nos cuenta que sufrieron mucho porque no encontraban la manera de comunicarse con su nieto, «tenía tres años y no hacía nada más que chillar porque no le comprendían».
Al detectarle la sordera le pusieron unos audífonos pero la respuesta no fue inmediata, tardó un tiempo en poder hablar y no fue un trabajo fácil, María recuerda que las primeras palabras que decía su nieto tenían que ver con los colores y también describe el gran esfuerzo que tuvieron que realizar sus padres(el hijo de María y su nuera) para poder llevarle a los mejores médicos y especialistas, los paseos y el tiempo que dedicaban en casa de manera adicional enseñándole y reforzando lo aprendido.
Cinco años más tarde, nació su tercera nieta, también con discapacidad auditiva que padecía el mismo problema y nos dice: «con ella fue mucho más fácil porque ya teníamos la experiencia del otro, a los pocos meses, en cuanto pudo tener la cabecita derecha sus padres le colocaron los aparatos y entonces no ha sufrido ni ella ni sus padres tanto».
Y cuando le preguntamos por alguna anécdota que haya tenido con ellos, alguna situación en la que no se hayan terminado de entender se echa a reír y nos cuenta la historia de las topineras ( «¡Qué tapes las topineras!» ) o la de cuando sus nietos le tiraban las cerezas y ella gritaba: «¡Qué me apedreáis!»
María, como cualquier abuela, está muy orgullosa de cómo se defienden sus nietos, de lo bien educados que están, de todo lo que han aprendido y como tratan a todo el mundo con respeto. A ellos les dice: «Tenéis ese problema, pero ninguno más. Aceptáis a todas las personas de todos los tipos y de todas las edades… Sois mejor, imposible»