Una amiga que había conocido hacia pocos meses en la facultad me propuso un plan: ¿Te vienes a esquiar con mi grupo de amigos sordos? A mis 18 años era una persona tan tímida que prácticamente no había ido a campamentos con mis compañeros del colegio, así que ir a pasar un fin de semana con personas desconocidas con las que ni siquiera sabía si iba a poder comunicarme, se puede decir, como mínimo, que me agobiaba bastante.
Sin embargo, acepté. Puedo decir que fue el primer fin de semana fuera de casa que disfrute de verdad con gente que no era de mi familia. Ese grupo de personas me integró como a una amiga mas, disfrute como una enana de ese fin de semana de esquí; aunque después de unas salidas más con ellos, daba igual que la actividad fuese esquiar, ir de excursión a un pueblo o celebrar un cumpleaños. Eran geniales. Me di cuenta enseguida de que la comunicación no era un problema. Su falta de audición, más o menos aguda, la suplían con esfuerzo, expresividad y simpatía. De esto hace casi 15 años y mantengo el contacto con varios de mis amigos sordos. A lo largo de este tiempo he visto como han ido estudiando, creando sus propias familias, ya sea con otras personas sordas o con oyentes, y les he visto conseguir buenos trabajos. A mi siempre me ha dado la impresión desde entonces que su afán de superación y su ilusión podían con todo. Ojalá todo el mundo tenga la oportunidad de conocer alguna vez a personas como ellos y, si lo necesitan, ayudarles en su camino.
Me di cuenta enseguida de que la comunicación no era un problema.